diciembre 24, 2008

Exceso de entrega y confianza

flor abandonada

La evolución del exceso de confianza en uno mismo

Si el exceso de confianza en uno mismo conduce a desastres globales como el hundimiento de los bancos y las guerras mundiales, ¿cómo es posible que haya evolucionado hasta nuestros días?

Un grupo de investigadores tiene la respuesta. Las personas con personalidades narcisistas pueden parecer amarse a sí mismos, pero un estudio que fue publicado en la revista Journal of Research in Personality sugiere que esta vanidad puede esconder una baja autoestima.

Los narcisistas pueden parecer a amarse a sí mismos, pero un nuevo estudio encuentra que el auto-engrandecimiento narcisista puede ocultar profundos sentimientos de inferioridad.

De acuerdo con la nueva investigación, las personas que son narcisistas tienden a decir los psicólogos que se sienten bien consigo mismos. Pero cuando los psicólogos evaluan a estos narcisistas a través de un detector de mentiras, la verdad sale y los narcisistas admiten su baja autoestima.

"Esto sugiere que los individuos con altos niveles de narcisismo pueden tener sobrevalorada su autoestima", el investigador del estudio Erin Myers, psicólogo de la Universidad Western Carolina, dijo a LiveScience. "En otras palabras, los individuos narcisistas pueden realmente no creer que son tan grandes como dicen ser."

Toda la verdad


Aunque el narcisismo es posiblemente conocido como el trastorno de personalidad narcisista, una forma extrema de alteración del amor propio, el rasgo aparece en diversos grados en personas psicológicamente sanas. 

Las personas que tienen más altos rasgos narcisistas profesan un auto-reconocimiento grandioso, pero los estudios habían presentado resultados mixtos en cuanto a si estos sentimientos positivos son genuinos o una fachada.

Para averiguarlo, Myers y sus colegas tuvieron que utilizar un poco de engaño. Ellos reclutaron a 71 mujeres de pregrado de la Universidad del Sur de Mississippi y les pidieron que llenaran cuestionarios diseñados para valorar su autoestima y narcisismo.

Más tarde, los estudiantes fueron al laboratorio de Myers, donde completaron más evaluaciones psicológicas, y luego se les dijo que estarían conectados a un equipo detector de mentiras para que los psicólogos puedan saber si ellos estaban diciendo la verdad. Luego, se les pidió a los estudiantes que respondieran si estaban en acuerdo o en desacuerdo con ciertas afirmaciones tales como: "Yo tomo una actitud positiva hacia mí mismo."

"Jugué el papel del investigador y siempre llevaba una bata blanca de laboratorio", dijo Myers. "Incluso fuí más allá, al punto de aplicar el gel conductor en la piel para conectar a los participantes al equipo. Queríamos que la situación fuera tan creíble como fuese posible." 

Todos los estudiantes fueron conectadas al equipo, pero algunos se les dijo que era sólo para fines de entrenamiento y que el "detector de mentiras" se apaga antes de que comenzara el estudio. Otros fueron a través de todo el procedimiento de creer que estaban siendo monitoreados para saber la verdad.

El mantenimiento de una fachada

Los resultados revelaron algo interesante: Para las mujeres que obtuvieron una puntuación baja en el narcisismo, siendo "monitoreado" por el detector de mentiras, no reporta niguna diferencia en su autoestima.

Pero las mujeres con alto narcisismo reportaron más amor a sí mismos cuando pensaban que el detector de mentiras estaba apagado. Cuando creyeron que los investigadores  estaban evaluando si estaban diciendo la verdad, sus respuestas de autoestima fueron significativamente más bajos.

Los hallazgos sugieren que los narcisistas están cubriendo por un profundo sentimiento de inferioridad, dijo Myers, aunque los investigadores todavía no están seguros de si esta fachada es para ellos mismos o para el beneficio de los demás.

"Los narcisistas pueden estar tratando de reforzar sus propios sentimientos de autoestima", dijo Myers. "Otra posibilidad es que los narcisistas pueden estar tratando de influir en la forma en que los perciben los demás. También puede ser una combinación de ambos."

Los Riesgos del Exceso de Confianza


¿Qué tienen en común los siguientes desastres: la Primera Guerra Mundial, Vietnam, la guerra en Irak, el hundimiento del sistema bancario, y la falta de preparación ante desastres naturales como el Huracán Katrina?


Según Dominic Johnson en la Universidad de Edimburgo y su compañero James Fowler en la Universidad de California, San Diego, la respuesta está en que en todos ellos se le ha echado la culpa al exceso de confianza en uno mismo, tan característico de la condición humana.

Las piezas del rompecabezas del exceso de confianza se pueden encontrar en su omnipresencia.

Muchos estudios han demostrado que la mayoría de la gente posee un sentido exagerado de sus propias capacidades, una ilusión de que poseen control sobre eventos incontrolables y que son invulnerables ante el riesgo. La mayoría de la gente, por ejemplo, cree que están por encima del conductor medio, algo que es imposible a nivel estadístico. Todos poseemos cierto grado de exceso de confianza.

No obstante, ¿cómo es posible que una condición como esta haya evolucionado cuando el exceso de confianza en uno mismo ha desencadenado la destrucción de comunidades y la pérdida catastrófica de vidas? 

Ese es un misterio con el que muchos psicólogos experimentales han estado luchando, aunque Johnson y Fowler afirman tener la respuesta. Mediante la creación de un modelo matemático del modo en que los individuos sobreconfiados compiten contra los individuos normales, han logrado mostrar que existe una clara ventaja en el hecho de poseer un exceso de confianza en uno mismo.

De hecho, si la recompensa potencial es al menos dos veces mayor que el coste de competir, entonces el exceso de confianza se convierte en la mejor estrategia. En término medio, el exceso de confianza es incluso ventajoso puesto que aumenta la ambición, la determinación, la moral y la persistencia.

En otras palabras, el exceso de confianza es la mejor forma de maximizar los beneficios por encima de los costes cuando los riesgos están poco definidos.

Este es un punto de vista interesante. Los psicólogos experimentales conocen desde hace mucho tiempo el rol que lleva a cabo el exceso de confianza en situaciones de conflicto y aún así no han sido capaces de explicar sus orígenes.

Sin embargo, lo más preocupante son las predicciones de Johnson y Fowler. Su modelo implica que el exceso de confianza óptimo se incrementa según la magnitud de la falta de certeza. Por tanto, cuando más alto sea el riego, más confianza en uno mismo debería desarrollar el sujeto.

Johnson y Fowler utilizan este descubrimiento para predecir que el exceso de confianza será particularmente relevante en aquellos dominios donde el valor percibido de una recompensa exceda de forma suficiente a los costes de competición previstos.

¿De qué dominios estamos hablando? Johnson y Fowler señalan algunos, aunque quizá los más obvios y potencialmente peligrosos sean las relaciones internacionales, donde los eventos tienen un alto grado de complejidad, de distancia, e involucran culturas e idiomas extranjeros; las nuevas tecnologías tales como la burbuja de internet; y la industria bancaria, donde abundan los instrumentos financieros complejos. ¿Hay algo que nos resulte familiar?

Todo esto no es más que el prólogo para la siguiente cuestión: cuál es la mejor manera de mitigar los peores efectos secundarios de este exceso de confianza desatado dentro de una sociedad con un sentido totalmente exagerado de lo que son sus propias capacidades.

Características de la Familia Narcisista

Dentro de una familia narcisista, las necesidades del sistema parental son enormes. Ya sea que la familia esté compuesta de dos padres, de un pariente consanguíneo y un padrastro o madrastra, de una madre o padre soltero, o de pariente directo soltero y su novio o novia, de un padre o madre soltera y otros parientes, de padres adoptivos, abuelos o cualquier configuración imaginable, la capacidad del sistema parental– o más exactamente, su incapacidad – para centrarse en las necesidades del niño o niños es factor determinante en una familia narcisista. En el Capítulo Uno, aludimos a dos categorías de familias narcisistas: abiertas y encubiertas. Ya que todas las familias narcisistas caen dentro de una de estas dos categorías, abriremos nuestra discusión considerando cada una de ellas.

Familias Abiertamente Narcisistas

Estas familias son relativamente fáciles de reconocer por el terapeuta, ya que son las clásicas familias disfuncionales. Estas familias se caracterizan por un sistema parental que se ve afectado por el alcohol o drogas, abusos físicos o sexuales, crímenes, enfermedades mentales obvias (con antecedentes de ingresos a instituciones o depresiones inhibitorias, por ejemplo), y/o negligencias extremas. (Para una discusión más detallada de las implicaciones en el tratamiento de adultos criados en familias traumáticamente abusivas, vaya al Capítulo Ocho).

En estas familias, el sistema parental se centra sobre si mismo de manera tan arrolladora, que tal vez tengan dificultades en atender las necesidades más básicas (alimento, vestido, casa y seguridad).

Los niños nacidos en familias abiertamente narcisistas se vuelven reactivos/reflectivos muy tempranamente – a menudo desde la infancia, o a partir del establecimiento de condiciones profundamente disfuncionales dentro del sistema parental.

El Secreto Familiar

Tal vez la característica que más sobresalga en estas familias sea la del secreto familiar. Para poder satisfacer las necesidades expresadas o implícitas de los padres, el niño oculta el abuso y/o descuido a otros y, como es común a veces, incluso a sus mismos hermanos.

En vez de unirse para apoyarse, los niños de estas familias son a menudo aislados el uno del otro. El “secreto” es demasiado aterrador para ser discutido, aún entre ellos.

En terapia, los adultos de familias abiertamente narcisistas tal vez tengan muy pocos recuerdos de su niñez. Respuestas como las siguientes son comunes cuando estas personas son cuestionadas acerca de su familia de origen:
“Realmente no recuerdo mucho. Era una familia muy normal, creo. Quiero decir, nos castigaban si hacíamos algo mal: Papa nos golpeaba con el cinturón. Pero lo merecíamos”.
Este fue el comentario de Ben hecho al comienzo de su terapia. Ben era cruelmente golpeado con regularidad por su padre desde su temprana infancia hasta la mitad de su adolescencia, justo cuando se volvió más alto y fuerte que su progenitor. Sin embargo, el abuso emocional por ambos padres sí continuó, y fue igual o más destructivo aún.
“Mi padre era más o menos un cabrón. Pero no me hizo mucho a mí; mis hermanos lo tuvieron mucho peor. Y mi madre era realmente maravillosa; todavía es mi mejor amiga. Tuvimos muchos momentos buenos. En realidad, apenas lo recuerdo”.
Esta también fue una declaración al comienzo de la terapia con Eileen, cuyo padre alcohólico golpeaba a todos los niños mientras la madre observaba. El padre era particularmente abusivo verbalmente hacia Eileen y la escogía para ocasionarle castigos sádicos, como el dispararle a su perro para luego colocar el collar junto a su almohada mientras dormía.

Cuando Eileen trataba de hablarle a su madre de las palizas, en particular hacia su hermano menor por correr el riesgo de un desenlace fatal, su madre la silenciaba diciendo, “Sólo lo vas a empeorar”. Cuando Eileen trató de llamar a la policía durante un incidente, su madre desconectó el teléfono.
“No hay razón para hablar de mi infancia. Fue perfectamente normal. De hecho, no puedo recordar nada; ¿no es terrible? Pero fueron buenos tiempos”.
Esa fue una declaración de Kristen, también al comienzo de su terapia, cuyo padre era guardia civil. Continuamente se ausentaba y cuando estaba en casa, estaba borracho. Su madre estaba crónicamente deprimida e ingresaba en una institución mental por largos periodos de tiempo, durante los cuales Kristen – la única mujer de cuatro hermanos – tomó las riendas de las tareas domésticas, la preparación de alimentos y el cuidado de su hermano menor (nacido cuando tenía diez años). Este patrón continuó hasta que abandonó su hogar a los diecinueve años.

“Era lo que pudiera decirse una chica mala”, dijo Eleanor valientemente, tratando de no llorar pero al mismo tiempo obviamente sobrecogida por la vergüenza de haber tenido que admitir su sensación de “maldad” a su terapeuta. “No sé como mis pobres padres pudieron aguantarme. Yo era todo un caso, ¡de verdad! Pero ¿tenemos que repasar todo eso? En realidad no tengo muchos recuerdos.

De todas maneras, ¡estoy aquí para tratar mis ataques de ansiedad, no mi niñez! Eso se acabó”. Su perturbada madre la aporreaba periódicamente durante su adolescencia, y constantemente la acusaba, desde los diez años, de ser promiscua, llamándola “prostituta” o “puta” comparándola con sus “buenas” hermanas. En realidad, Eleanor era una joven altamente moral que permaneció virgen hasta su matrimonio a los diecinueve.

El término abiertamente narcisista se aplica a lo que el terapeuta percibe, no lo que el paciente percibe. El que un paciente reconozca la realidad de su educación conforma la excepción, no la regla. El típico adulto proveniente de una familia narcisista está lleno de ira no reconocida, se siente vacío, desplazado y deficiente, sufre periódicamente de ataques de ansiedad y depresión, y no tiene idea de cómo llegó a ese punto.

La Tensión y Miedo al Abandono

La tensión es característica de la familia abiertamente narcisista. Todos los niños tratan desesperadamente de llamar la atención y lograr aprobación y/o tratan de evitar cualquier choque que empeoraría las cosas, con el fin de inyectar algún tipo de control sobre la situación para mejorarla.

El miedo al abandono en los niños los empuja a tomar medidas extremas negando – a los demás, y a menudo a si mismos – la realidad de su situación en casa. Este miedo se prolonga frecuentemente hacia la vida adulta, volviendo difícil y dolorosa la toma de conciencia del origen de la familia durante la terapia.

Las Familias Encubiertamente Narcisistas

Estas familias son más difíciles de reconocer, ya que los comportamientos disfuncionales de los padres son más sutiles. Recordamos muchos casos de revisión de historias de pacientes completamente normales, en la que buscábamos un comportamiento abusivo que, basándose en los síntomas del paciente, debía de estar presente pero que no lo estaba.

Durante una reunión con el equipo de trabajo para tratar un caso, un colega detalló maravillosamente un caso difícil para declarar después, lleno de frustración, “¿Quién es el alcohólico? ¡Yo sé que alguien en esta familia tiene un problema de alcoholismo!”, pero nadie lo tenía.

El problema radicaba en que el paciente manifestaba todos los síntomas que asociamos a una familia con problemas de alcoholismo, pero sin evidencia de abuso de alcohol o drogas; de hecho, sin evidencia de ningún tipo de abuso familiar.

Tal como el Rey de Siam mencionó a Anna, “Este es un acertijo” (1).
La solución a este enigma muchas veces residía en que el paciente provenía de una familia encubiertamente narcisista. Sencillamente, este tipo de familias parecían normales desde el exterior y fantásticas desde el interior.

De hecho, los sobrevivientes de este tipo de familias se desconciertan muchísimo ante la sugerencia de que cualquiera de sus problemas pudiese provenir de su familia de origen. Después de todo, nadie tomaba ni consumía drogas, nadie golpeaba a nadie, nadie tenía una enfermedad mental severa, etcétera. El papá podía ser del tipo que trabajaba su jornada de ocho horas, y Mamá el ama de casa horneando galletas para la Asociación de Padres de Familia. Simplemente no existían problemas.

Sin embargo, se volvió aparente a lo largo de la terapia que las necesidades de los padres constituía el enfoque de la familia, y de alguna manera se esperaba de los niños que cubriesen esas necesidades.

Obviamente, si se espera que los niños satisfagan las necesidades parentales, entonces sus propias necesidades no están cubiertas, ni tampoco aprenden a expresar sus necesidades o sentimientos apropiadamente. Todo lo contrario: lo que los niños aprenden es a enmascarar sus sentimientos, como pretender sentir cosas que no sienten, y como evitar experimentar sentimientos reales. Becky, del Capítulo Uno, es un ejemplo.

La historia de Brad. “No avanzaremos mucho hablando de mi familia; mi familia inventó la palabra normal refiriéndose a si misma, dijo Brad, un ejecutivo varonil y atractivo de treinta y un años. Brad acudió a terapia por su incapacidad en sostener relaciones con mujeres.

Brad era un hombre de negocios exitoso cuya confianza y entusiasmo resultaban contagiosos; su baja autoestima quedaba enmascarada de forma efectiva en el mundo de los negocios. Dedicaba la mayor parte de su tiempo a su trabajo. Esto influyó positivamente en su rápido ascenso a través de los rangos corporativos, pero negativamente en sus relaciones sentimentales.

Su adicción al trabajo que inicialmente constituía una defensa contra sus pésimas relaciones, se convertía ahora en un problema al entablar cualquier tipo de relación.

Brad provenía de la típica familia encubiertamente narcisista. Sus padres eran maestros de escuela y activamente implicados en su comunidad. Brad y su hermana fueron buenos estudiantes, talentosos atletas y músicos, y también populares entre sus compañeros de clase.

Los padres estaban en casa cuando los chicos estaban en casa, la familia comía junta seis días a la semana, y nadie se sobrepasaba con la bebida, ni consumía drogas, ni fumaba, ni insultaba o golpeaba a nadie. Eran absolutamente normales tanto por fuera como por dentro.

“Solía preguntarme por qué estaba tan asustado, por qué me sentía tan desplazado”, dijo Brad. “Observaba a familias de otros niños, quiero decir que realmente las observaba. La nuestra no era diferente. Era normal. Es decir, mis padres tenían sus peleas, y cosas así. Pero nada excesivo. En realidad sucedía lo contrario. ¡Ninguno de los dos dejaba que dijésemos algo malo sobre el otro! Mamá podía llegar a ser algo autoritaria y crítica. Pero era una familia amorosa, y siempre mencionaban lo importante que era la familia. Todo era bueno. Solo son ideas mías. Todavía las tengo; no puedo soportar regresar allí. Aunque a ellos no les parece importar.”

Cuando se le preguntó si sus padres habían tratado alguna vez de hablar con él de sus sentimientos, su respuesta fue: “No, no que lo recuerde. Nadie hablaba de sentimientos. Simplemente sabías lo que tenías que hacer. Si no lo hacías, te metías en problemas. Tal vez hablaron de sentimientos con Betsy (su hermana); ella era la buena en realidad.”

La hermana de Brad que le llevaba dos años y medio, era músico profesional. A pesar de haber sido muy unidos de niños, sus trabajos les reclamaban en costas opuestas, erosionando así su relación.

En el transcurso de la terapia, Brad fue motivado a restablecer contacto con su hermana para averiguar las impresiones que guardaba de su educación.

Se impresionó al saber que ella tenía sentimientos muy similares sobre su infancia. Más aún, sus percepciones eran más fuertes. Lo siguiente es el extracto de una carta que ella ilustraba así:

“Siempre sentí que Mamá y Papá tenían otros planes...Estaban tan involucrados el uno con el otro que nosotros no importábamos...Estaban obsesionados o celosos entre ellos, sexualmente hablando. Recuerdo no hablar de sentimientos cuando quería hacerlo. Como si la tensión emocional entre los dos fuera tan fuerte que no podían soportar que fuésemos otra cosa más que niños exitosos de recortes de papel. Esa casa estaba tensa en permanencia. No podía esperar a graduarme para irme lejos a la universidad.”

Cuando Brad recibió la carta de su hermana, consiguió ver a su familia con ojos nuevos, y vio que sus percepciones eran acertadas. Aún sin saber por qué, estuvo de acuerdo en que las cosas iban bien en casa mientras los niños no hiciesen petición emocional alguna a los padres. Sino todo se pondría muy tenso. Dijo que aprendió a “actuar siendo siempre feliz”. Brad y su hermana aprendieron a satisfacer las necesidades de sus padres, y a no pedirles ayuda emocional. En pocas palabras, venían de una familia encubiertamente narcisista.

Más adelante en este capítulo, mostraremos la historia de Trisha. Su familia de origen es otro buen ejemplo de una familia encubiertamente narcisista. No hubo abuso sexual o físico, todas las necesidades físicas de Trisha estuvieron bien satisfechas, y no fue expuesta al uso inapropiado de drogas o alcohol, sexualidad o violencia. La “danza” parental simplemente no incluía a Trisha. A la edad de siete años, se volvió incapaz de cumplir con las necesidades de sus padres, y ellos se volvieron renuentes a cumplir las suyas.

Cuestión de Grados

Ya sea abiertamente o encubiertamente, el grado de disfunción de una familia no sólo varía en el sentido absoluto, sino de acuerdo a cada niño específico dentro de la familia.

Los pacientes surgen de familias que varían, desde normales a extremadamente peculiares y aún en las más peculiares puede ocurrir que se conceda importancia a las necesidades y sentimientos de los niños, por lo que los padres se esforzarán en satisfacerlos.

 Por tanto, a pesar de sufrir la familia alguna inestabilidad o chao pasajero, los niños guardarán un buen sentido de quiénes son y de su importancia. Sabrán que sus sentimientos importan y que serán atendidos de la mejor manera por los padres.

Por lo contrario, todos hemos tenido pacientes de familias con problemas de alcohol (o algún otro problema clásico de familias disfuncionales) pero que sin embargo resultaron ser personas sorprendentemente coherentes. Tienen buen sentido de quiénes son y logran escoger parejas adecuadas, ser buenos educadores como padres, tener amistades cercanas y carreras satisfactorias.

Las familias con cierto grado de disfunción tal vez tengan un niño que se porte muy bien mientras que los demás hermanos son un desastre, psicológicamente hablando. ¿Por qué un niño parece escapar relativamente indemne? Postulamos que este niño tuvo sus necesidades cubiertas en mayor grado que sus hermanos o hermanas.

Sabemos que ningún niño crece exactamente igual en el mismo ambiente; los padres responden de modo distinto ante cada hijo dependiendo tanto de la personalidad de los padres como la del niño.

Quizás un hijo haya sacado el mismo extraño sentido del humor que la madre, otro hijo tal vez comparta el amor a la pesca de papá, y puede que el tercero sea muy cariñoso.

La manera en que se relacionen los padres con estos tres hijos puede variar porque los niños son diferentes en si, y porque los sentimientos de los padres (ante todo los suyos propios) en las distintas interacciones también varían. Por ello es posible que en una familia un niño o niña logre tener cubiertas sus necesidades emocionales de forma muy consistente mientras que los demás no lo consiguen.

Un paciente que había cambiado de terapeuta (por un traslado geográfico) comentó que su anterior terapeuta le había dicho en más de una ocasión, “Entiendo cómo tus hermanas llegaron a ser lo que son (alcohólicas, con esposos alcohólicos); ¡lo que no entiendo es como saliste indemne!” La respuesta fue que a pesar de haber nacido el paciente y sus hermanas en una familia narcisista, el grado en el que sus necesidades fueron cubiertas varió enormemente.

Problemas de Confianza

Hemos encontrado en la mayoría de las familias narcisistas características que nos muestran como enfocarlas de otra manera y que permiten identificar áreas clave en la dinámica de sus interacciones. La confianza, y el desarrollo de la desconfianza, es la más obvia.

Hemos encontrado que los sobrevivientes de familias narcisistas tienen dificultad para confiar, pero no forzosamente porque sus necesidades primarias hayan sido desatendidas durante la infancia.

Por el contrario, muchos sobrevivientes de familias encubiertamente narcisistas parecen haber sido bien atendidos, tanto físico como psicológicamente, durante los primeros doce a veinticuatro meses de vida (y más en ciertos casos) durante los cuales se pudo establecer algún nivel rudimentario de confianza (2).

Como discutido en el Capítulo Uno, los problemas de las familias narcisistas a menudo comienzan cuando el niño intenta afirmarse a si mismo y a realizar peticiones emocionales al sistema parental (3). El sistema tal vez sea francamente incapaz de cumplir con esas demandas, y tal vez se sienta resentido o amenazado. Como anotamos anteriormente, más que no aprender nunca a confiar, el niño más bien aprende a no confiar, o va perdiendo la confianza poco a poco .

La historia de Trisha. El padre de Trisha era un oficial militar condecorado, y su madre la esposa eficiente y devota de un militar. Cuando Trisha era pequeña, recuerda su familia como siendo “perfecta”. Era la familia perfecta. Papá era el apuesto oficial naval, Mamá la bella y elegante esposa, y yo era el bebé adorable. La vida era una interminable sucesión de fiestas de té en el jardín, y yo el centro de atención. Me llevaban a todos lados con ellos. La gente siempre decía que era “como una pequeña muñeca”. Pensé que toda mi vida sería de esa manera – todo cariños y alabanzas y risas. Cuando lo recuerdo, me entran ganas de llorar; era tan maravilloso. No he vuelto a sentirme tan querida desde entonces”.

Pero, cuando Trisha creció, la situación cambió. “Recuerdo haberlo sentido a los siete años. Me desperté presa del pánico. Fui al baño y me observé en el espejo. Estaba traté de averiguar qué había cambiado en mi – por qué estaba equivocada. ¿Qué había hecho para que mis padres no me quisieran más? Y lloré y lloré. No podía averiguarlo. Al día siguiente, decidí que era porque era más alta (su madre era bajita, con una figura 'perfecta'), así que decidí no comer. Papa estaba en Vietnam en aquel entonces, así que sólo estábamos las dos, mi madre y yo.

Mi madre no se dio cuenta que yo no comía, pero tampoco modificó su comportamiento respecto a mi. Estaba muy ocupada, siempre. Vivíamos en Virginia para estar cerca de mis abuelos. El ambiente era muy social y Mamá lo disfrutaba mucho. Cuando recibíamos visitas en casa, mi madre me vestía indicándome qué decir. Nunca parecía complacida conmigo, aunque me empeñaba mucho en ser linda. Mis padres siempre decían que era “tan linda, tan adorable”, así que puse más empeño aún en hacer lo que siempre había hecho.

Entonces mi madre sólo decía, “¡actúa de acuerdo a tu edad, Trisha!” o hacía otro comentario demostrando su desdén. Me mandaba a mi cuarto nada más llegar las visitas, y la criada se quedaba conmigo. Sentía que molestaba y que era fea.

“Cuando Papi regresó a casa, supuse que las cosas serían como antes, pero no lo fueron. De pronto parecía muy irritado conmigo también. Le dijo a Mamá que parecía enferma, y ella me llevó al doctor que me dio una medicina.

Tenía que tomar algo que parecía un licuado tres veces al día. Papi me apuntó en gimnasia para “ponerte en forma”, y Mamá se enojaba mucho conmigo si no comía. Ella quería complacer a Papá, creo. Comencé a comer de nuevo; no servía de nada pasar hambre, de todos modos seguiría creciendo. Pero estaba abatida. Trataba una y otra vez que me amaran como antes, que fuesen mi Mami y Papi de nuevo, ser la “misma” que había sido...”

En este momento Trisha se llenó de lágrimas. “De todos modos fue entonces cuando comencé a arrancarme las pestañas...Cuando me fui haciendo mayor, sobreactuaba mucho. Hacía todo lo que se me ocurría para captar su atención, o algo de atención. No me importaba. Entonces era realmente bonita, y parecía que ya no les importaba que estuviera en sus fiestas. Pero no podía confiar en ellos. Por mucho que pretendiera su aprobación - la necesitaba desesperadamente – estaba asustada. La tuve una vez, y la perdí. Así que hice muchas cosas para herirlos, avergonzarlos. Era muy promiscua, y seduje a unos jóvenes oficiales que estaban bajo el mando de Papi. Mi último “¡mírenme! ¡fastídiense!” creo. Nunca he confiado en nadie. Especialmente en mi”.

A medida que Trisha pasaba de la adolescencia a una edad más adulta, sus dificultades para confiar la empujaron a tener muchas relaciones y patrones de comportamiento dañinos. Tenía una abrumadora necesidad de atención y aprobación masculina, pero en cuanto las tenía se asustaba muchísimo, entonces precipitaba el final de la relación. Odiaba y desconfiaba de las mujeres, y no tenía amigas.
(El enfoque inicial de su terapia fue su habilidad para lidiar con una terapeuta). Había descubierto una forma placentera de auto-mutilación en su temprana adolescencia (arrancarse el vello facial con pinzas) y, a pesar de las dificultades cosméticas que presentaba, mantuvo el comportamiento hasta convertirse en una compulsión profundamente arraigada.

Obviamente existe un número de factores en el caso de Trisha. La historia de su familia de origen, sin embargo, es un buen ejemplo de familia narcisista donde la niña inicialmente cumple con las expectativas de los padres y a cambio se cumplen las suyas también. (Vea, “El Modelo Parental Invertido”, abajo). Era bueno para la carrera de su padre, que también era la de su madre, aparentar ser una hermosa pareja joven con un hermoso bebé. Cuando el bebé creció, volviéndose más alto y torpe, pidiendo más atención, y con una agenda propia que seguir – dejó de ser visto como algo positivo por sus padres. Mientras las necesidades físicas de Trisha eran atendidas por una serie de criadas, nadie atendía sus necesidades emocionales. Su madre se volvió cada vez más cruel y abusiva verbalmente, su padre alternaba entre frío/distante y cálido/seductor. (4)

Trisha relató que había momentos en que sentían la necesidad de ser “padres” y de pronto e inexplicablemente la bañaban con atención y afecto. Este reforzamiento intermitente e impredecible es común en las familias narcisistas; mantiene a los niños “enganchados” al sistema parental con la esperanza de ser capaces de precipitar la repetición de este comportamiento, y al mismo tiempo los vuelven más desconfiados de si mismos (por darse cuenta de su incapacidad en provocar más interacciones positivas) y de los demás (“ellos me atrapan y luego me dejan, entonces no dejaré que me atrapen más”).

El Modelo Parental Invertido

Cuando el niño crece, la identidad de los padres se involucra cada vez más con el desarrollo del pequeño. (5) Simultáneamente, a medida que las necesidades del niño se vuelven más complejas y mejor articuladas, tal vez comience a infringir más visiblemente el sistema parental. Un niño irritante que reclama atención en un momento inoportuno puede, después de todo, ser colocado en su cuna a puerta cerrada. Un niño iracundo y lloroso de nueve años es algo totalmente diferente.

Es a medida que se imponen las necesidades psicológicas del niño en la vida de la familia, cuando verdaderamente se desarrolla la familia narcisista. El sistema parental es incapaz de adaptarse para cubrir las necesidades del niño, y el niño, para poder sobrevivir, debe ser quien se adapte. El proceso de inversión comienza: la responsabilidad de cubrir las necesidades gradualmente cambia de los padres al niño. Mientras que en la infancia los padres fueron los que cubrieron las necesidades del niño, ahora el niño es quien intenta más y más cubrir las necesidades del los padres, ya que de esta manera puede obtener atención, aceptación y aprobación.

En la infancia, el desarrollo normal del bebé es a menudo gratificante para los padres, por lo que a su vez gratifican al bebé. Por ejemplo, las sonrisas del bebé (¡con o sin gases!) representan habitualmente una fuente de placer para los padres y son recibidas con excitación, atención y cariño. El comer, gatear, moverse, hacer ruidos e intentar vocalizar son gratificantes y gratificados a cambio. Las necesidades de los padres y del niño están en sintonía; por tanto, no hay problema.

El desarrollo normal del pequeño, sin embargo, tal vez represente una amenaza para los padres. La exploración del niño requiere vigilancia y paciencia; sus gritos de “¡No!” y “¡Mió!” pueden ser exasperantes y desconcertantes. Las preguntas y llamadas de atención de un preescolar son invasivas y consumen tiempo. Más aún, las necesidades de los niños – especialmente las emocionales – se incrementan en la misma proporción que su docilidad disminuye. Conforme va desarrollándose un niño normal, la necesidad de complacerse a si y a sus amigos se incrementa mientras que la necesidad de complacer a sus padres disminuye.

Una familia sana no cambiaría el concepto básico de responsabilidad parental, por mucho que este hecho natural moleste; la tarea de los padres es satisfacer las necesidades del crío, no al revés. En una familia narcisista, por el contrario, al incrementarse la necesidad de diferenciación y satisfacción de necesidades emocionales del pequeño como consecuencia de un desarrollo normal, la creencia parental es que el pequeño está obstaculizándolos, volviéndose más egoísta y demás. Los padres, sintiéndose amenazados, se reafirman en su posición esperando que un niño más árido cubra mejor sus necesidades. (6) En algún punto entre la infancia y la adolescencia, los padres pierden el enfoque (si es que alguna vez lo tuvieron) y dejan de ver al niño como un ser independiente, con sentimientos y necesidades que cubrir y validar.

En su lugar, el niño se vuelve una extensión de los padres. El crecimiento emocional normal es visto como egoísta o deficiente, y esto es lo que los padres reflejan al hijo. Para que el niño logre aprobación, necesita satisfacer la necesidad expresada o sugerida de los padres; la aprobación está condicionada por la satisfacción de las necesidades del sistema parental por el niño.

La historia de Lynne. Lynne era una estudiante calificada con honores en el segundo año del bachillerato, una probable candidata a dar el discurso en la ceremonia de graduación (por tener las notas más altas) y a recibir ofertas de becas para poder seguir estudiando en la universidad.

A pesar de ser una estudiante excelente y concienzuda, sus profesores comenzaron a preocuparse por sus frecuentes ausencias, retrasos y cambios de humor y apariencia. Lynne podía estar alerta, bien arreglada, respetando el horario un día y luego al siguiente llegar una hora tarde, despeinada y ausente.

Su peso también pareció fluctuar erráticamente, aunque era dificultoso distinguirlo ya que usaba vestimentas holgadas y colores obscuros.

Sus amigas cercanas estaban preocupadas también, y confesaron al consejero escolar que sus cambios de humor y episodios iracundos estaban aislándola de la mayoría de los amigos que le quedaban. Cuando Lynne fue confrontada por el consejero escolar, ella negó tener problemas. Ya que la madre de Lynne era empleada del mismo distrito escolar, el consejero escolar pensó que ella estaba siendo reacia a discutir cualquier problema por lealtad a su madre, así que le recomendaron una asistencia privada.

Cuando Lynne comenzó su terapia, quedaba claro su determinación en presentarse como una adulta madura y “a cargo de las cosas” ante la terapeuta. En unas pocas sesiones, sin embargo, la fachada se derrumbó. Lynne era una adolescente desesperadamente infeliz procedente de una familia narcisista, pero su lealtad y responsabilidad hacia su madre era tal que resultaba extremadamente doloroso confiar en alguien, incluyendo su terapeuta.

Los padres de Lynne se divorciaron cuando ella tenía ocho años y su hermana cinco. Los recuerdos de su primera infancia son escasos. Recuerda un padre más bien pasivo, gentil con ella, pero que se enredaría en peleas a gritos con su madre, quien acudiría entonces a Lynne en busca de consuelo. Su experiencia personal con su padre difería enormemente de la imagen negativa que su madre le pintaba, lo cual era confuso e inquietante para Lynne. Cuando ella sentía amor por su padre, “Me sentía mal, culpable de alguna manera. Como si estuviese desleal hacia mi mamá.”

Su madre se presentaba ante Lynne como alguien en constante necesidad de apoyo, y su papel lo describió como “una amiga más que una madre; nos contábamos todo”. La madre de Lynne se vestía y comportaba en muchos sentidos como una adolescente; arreglando su cabello justo como lo hacía cuando era una adolescente (muy largo y liso), y vestía las mismas ropas que su hija.

Después del divorcio, el papel de Lynne como confidente y apoyo emocional de su madre se fue reafirmando. Además de cuidar de su madre, ahora asumía la responsabilidad básica del cuidado de su hermana. Aunque no había nada intrínsecamente dañino por tomar más responsabilidad en casa para que su madre pudiera regresar a la escuela, la carga emocional de tener que tranquilizar constantemente a su madre asegurándole que era buena, responsable, alguien que había hecho todo lo posible para mantener a la familia unida, con un físico atractivo y joven de apariencia, que no descuidaba a June (la hija menor), y que también era la mejor amiga de Lynne, hizo que ésta ultima asumiera el rol de padres de su madre.

Lynne también sentía una tremenda necesidad en hacer las cosas como si no le costara demasiado y sin comentario o queja, para que su madre no se sintiese incómoda. Lynne abandonó las excursiones escolares porque “Mamá estaría sola” (June a menudo pasaba los fines de semana con su padre; Lynne rara vez lo hacía); y no se reunía con nadie cuando su madre se había quedado sin novio,” para que Mamá no se sintiese mal”.

Al inicio de la terapia, Lynne era una adolescente seriamente deprimida coqueteando con la bulimia y el suicidio como un desafortunado intento de inyectar algún tipo de control en su vida. La tarea de ser padres de su madre fue demasiado para ella.

Las Reglas para el Funcionamiento de una Familia Narcisista

Existen ciertas maneras predecibles mediante las cuales los miembros de una familia narcisista se relacionan unos con otros. Estas representan el criterio no articulado por el cual se espera que la familia funcione. El propósito de las reglas es aislar a los padres de las necesidades emocionales de sus hijos, proteger y mantener intacto al sistema parental. Por ello, todas estas “reglas para el funcionamiento” no articuladas desmotivan a los niños a comunicar sus sentimientos abiertamente a la vez que limitan su acceso a los padres, mientras que los padres tienen acceso ilimitado sobre los niños.

Comunicación Indirecta

En la familia narcisista, la comunicación directa y clara de los sentimientos es desalentada. Las personas expresan sus sentimientos de manera indirecta. Las peticiones rara vez son directas; en lugar de “Sam, ¿podrías poner la mesa?” uno escucha “¡Sería lindo que alguien pusiera la mesa!”.

Cuando los padres están disgustados o enojados, usualmente son incapaces de expresar esos sentimientos a su tiempo y de manera adecuada. Un paciente recordaba que cada vez que su madre estaba enojada con su padre, le dedicaba una atención exagerada durante la cena y se ponía muy severa con los niños por su supuesta falta de preocupación por el bienestar del padre: “Ed, pásale a tu padre las patatas primero. Stacy, dale a tu padre la mantequilla ahora mismo antes que se enfríe la verdura.” Continuaba haciendo esto hasta que toda la familia se pusiera realmente tensa e incómoda, arruinando la cena, entonces explotaba al más mínimo comentario banal hecho por el padre y se levantaba de la mesa en llanto. El padre se quedaba en la mesa unos minutos, y luego arrojaba su servilleta para irse, dejando a los niños asustados, confundidos y resentidos. En ningún momento se volvía a mencionar o a dar explicaciones sobre estos incidentes.

Comunicación Triangular

Otra técnica ineficiente de comunicación usada en las familias narcisistas es la comunicación triangular. Los padres se comunican a través de un tercero, normalmente un niño. Un paciente, sin embargo, relató que durante años sus padres se comunicaban a través de la perra: “Buffy, dile a tu Papi que Mami quiere salir el sábado por la noche”. “Buffy, recuérdale a Mami que el sábado es la noche de bolos de Papi”. Un día, Buffy decidió salir, y se llevó a Papi con ella. ¡El padre hasta firmó la nota de aviso con el nombre de la perra!

Sin embargo, los padres “confían” normalmente en los niños, con la expectativa implícita, que el niño lleve el mensaje al otro. Los padres también suelen utilizar al niño como intermediario para no tener que comunicarse directamente, planeando su vida alrededor del niño (o niños) y evitando así estar a solas entre si; en otras palabras, usan al niño en defensa a la intimidad. En un escenario a tres, uno de los padres emplea la comunicación triangular para formar una alianza con el menor en contra de otra persona, aplicando el concepto de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Esto confunde y daña al niño cuando el “enemigo” es el otro pariente del niño o un hermano o hermana. (7).

De nuevo tratamos con familias encubiertamente narcisistas. Aparentemente, las necesidades de los niños están siendo atendidas, y tal vez pasen hasta mucho tiempo con uno o ambos padres. El problema, desde luego, es que la preocupación de los padres por satisfacer sus propias necesidades es la que dicta las normas en las relaciones familiares. Los niños no pueden predecir cuándo o por qué llega una racha feliz ni cuando se va a acabar o ser denegada. Sienten como que han “logrado hacerlo correctamente” cuando la intimidad está siendo motivada, y que “lo han echado a perder” cuando está siendo desalentada. En realidad ellos no son responsables por su inclusión o exclusión de la intimidad parental; el verdadero motivo se halla en las necesidades de los padres, y no en el comportamiento de los hijos.

Falta de Disponibilidad Parental

La falta de disponibilidad parental se refiere a la disponibilidad emocional – la habilidad de tener conversaciones acerca de sentimientos. Muchos sobrevivientes dirán no haber tenido nunca conversaciones profundas con sus padres. Que los padres “hacían cosas” por ellos (como transportarlos, darles cosas o comprárselas), pero si realmente querían o necesitaban hablar de sus sentimientos, la conversación rápidamente se convertiría en una sesión de consejos (haz esto, haz lo otro), una pelea (tú debiste haber hecho esto o lo otro), o negación (tú no te sientes deprimido, estás hambriento y cansado; las cosas estarán mejor mañana). Los padres estaban siempre “demasiado ocupados” para hablar. Y, por supuesto, los niños podían constatar como los padres estaban ocupados, haciendo cosas por los niños, o la familia o el trabajo. Por lo que si los niños se sentían resentidos, era porque eran egoístas, estaban equivocados o de mal humor.

La historia de Anna. Anna es una bella estudiante universitaria de diecinueve años que es modelo a tiempo parcial. Acudió a terapia por su distimia y bulimia. Anna y su hermano, Marshall, tenían ocho y once años respectivamente, cuando su madre divorciada decidió unirse al clero. Esto requirió seis años de educación, internado y trabajos a tiempo parcial.

“De tener una casa linda con dos padres, dos coches, un perro y un gato, pasé a tener un apartamento maloliente, sin mascotas, sin padre y – esencialmente – sin madre. Lo odiaba. No me importó el apartamento o el tema del divorcio; quería que se divorciaran de todas formas. Ambos, mi hermano y yo lo deseábamos. Papa era realmente una persona despreciable; engañaba a Mamá y era malintencionado con nosotros, así que estuvimos muy felices con el divorcio. Y el apartamento era genial, algo inconvencional. Pero en cierto modo, mi hermano y yo pensábamos que nosotros estaríamos ahora los tres contra el mundo; que Mamá estaría más disponible ahora que Papa se había ido.

“Después de tener esta gran experiencia religiosa, ella cambió. De la noche a la mañana. Y eso fue muy malo. ¡Era como vivir con una completa extraña! Después del divorcio, mi madre no se portó alocadamente sino que era fantástica. Quiero decir que se puso a dieta, dejó que le creciera el cabello y comenzó a tener citas. Cosas como esas. Era genial. Aún era Mamá, y mi hermano y yo pensamos que era muy gracioso. Era como si estuviese volviendo a vivir su adolescencia o algo parecido. Pero era una gran madre. Ella hablaba con nosotros – realmente hablaba. Podíamos decirle cualquier cosa. Nuestros amigos la adoraban también. Aunque éramos más bien pobres después del divorcio, esto no marcó ninguna diferencia. Nuestro apartamento era el lugar donde todos nuestros amigos querían estar; adoraban a Mamá, y ella los quería mucho. Ese fue un gran año. Entonces, como dije antes, ella tuvo esta cosa religiosa, y se convirtió en una persona distinta. Luego regresó a la escuela para convertirse en sacerdotisa y dejé de tener mamá.” (Anna comenzó a sollozar).

“Siempre andaba ocupada con cosas de la iglesia. Y siempre nos visitaban esos extraños sacerdotes, manteniendo discusiones largas y aburridas que se prolongaban hasta bien entrada la noche. Trataba de esperar hasta que se fueran para poder hablar con ella pero me quedaba dormida. O lloraba hasta dormirme. Entonces mi hermano empezó a distanciarse de mí. Yo lo entendí, quiero decir que él era un adolescente, y yo una niña todavía. Pero me dolió – estaba tan sola... Mamá tenía a Dios, y Marsh a sus amigos y su novia...y yo no tenía a nadie.

“A veces intentaba hablar con Mamá, pero ella sólo decía que sabía lo difícil que era para mi y que para ella también lo era. Que me extrañaba muchísimo. Luego me abrazaba y besaba prometiéndome que estaría conmigo más tiempo después. ¡Ha! ¡Ella me extrañaba a mí! ¡Eso sí que es bueno! Ella no tenía por qué extrañarme – ¡podía estar conmigo! Muchas de las cosas que hacía no tenía por que hacerlas. No era parte del programa. Lo hacía para quedar bien.

“Allí estaba yo, herida y solitaria. Furiosa también, creo. Comencé a desarrollarme a los once años, y a los trece años era sexualmente activa. ¡Lo odiaba! Pero al menos (Anna está llorando muy intensamente)...al menos alguien me abrazaba y dejaba hablar. Me quedé embarazada y tuve un aborto a los catorce años - dos semanas antes que mi mamá fuera ordenada”.

“En la...ceremonia de ordenación, se la veía como una santa. Todos decían entonces – todavía me lo siguen repitiendo – cuán abierta es, qué fácil es hablar con ella...cuan amorosa es...yo qué sé. Puedo verlo, creo. Así es como la ven. Todos adoran a mamá, ella hace el bien. Sé que lo hace. Pero – ¿cómo puedes odiar a alguien por hacer el trabajo de Dios? ¡Me siento tan mala persona!”

Límites confusos

En la familia narcisista, los niños carecen de derechos. Sus sentimientos no les pertenecen; sus sentimientos no son tomados en consideración. Si no tenemos sentimientos, entonces los demás no tienen por qué tomarlos en consideración.

Problemas como el derecho a la privacidad tienen un color distinto en la familia narcisista. Por ejemplo, en una familia sana, se respeta y alienta la privacidad: los padres no entran en los dormitorios o baños sin tocar a la puerta primero, no escuchan las conversaciones telefónicas de los demás, tampoco leen el correo ajeno, y no dejan que los niños invadan su privacidad tampoco. Hay límites claros, reglas claras que gobiernan lo que los miembros de la familia pueden esperar el uno del otro.

En una familia abiertamente narcisista, puede que no haya ninguna regla que gobierne el problema de limitación, como el caso de la privacidad. La privacidad tal vez sea un concepto totalmente ajeno. Las posesiones de las personas, su tiempo e inclusive sus propios cuerpos pueden ser propiedad de los padres, del cuidador, o de hermanos más poderosos o más fuertes. En la casa donde el padre esté abusando sexualmente de uno o más niños, por ejemplo, la idea de privacidad – o propiedad de la privacidad – es impensable para la víctima de incesto. Si ella no posee su cuerpo, no posee nada y no tiene derechos. No hay límites en absoluto en términos de lo que pueda esperar o requerir de otros (nada), y de lo que los demás puedan esperar o requerirle a ella (todo).

En las familias encubiertamente narcisistas, pueden existir reglas claras para gobernar los límites, incluyendo la privacidad física. El problema, sin embargo, es doble. Primero, los padres pueden infringir las reglas si su necesidad lo dicta, y segundo, no hay límites en términos de expectativas emocionales para los hijos. Siempre se espera que los niños cubran las necesidades de los padres, pero las necesidades de los niños se suelen cubrir por pura coincidencia afortunada. (Vea “El Blanco Movible” más abajo)

Los problemas de límites son enormemente complejos para el sobreviviente y por tanto se mencionan en muchas ocasiones en este texto (vea el Capítulo Seis). Los adultos criados en familias narcisistas a menudo no saben que pueden decir no – que tienen el derecho a limitar lo que quieren hacer para los demás, y que no tienen que estar física y emocionalmente disponibles para cualquiera en cualquier momento. En sus familias de origen, tal vez no hayan tenido el derecho a decir no, o a discriminar entre una petición razonable o descabellada. Los niños de de familias narcisistas no aprenden a establecer límites, porque no es del interés parental enseñarlos: ¡los niños podrían usar esas habilidades con ellos! (Vea la historia de Janine en el Capítulo Cuatro).

El Blanco Movedizo

En la sección anterior, se mencionó que en una familia narcisista los niños tal vez vean sus necesidades cubiertas por mero accidente – como un subproducto del cumplimiento de las necesidades de los padres. Por ejemplo, Susie (de 6 años de edad) tiene necesidad de ser atendida. La madre de Susie por lo general se encuentra “demasiado ocupada” (es irrelevante si está ocupada con Papá, con la cocaína, con el trabajo, o con una depresión mayor – el niño no ve diferencia) para atenderla, y le exige a la hermana mayor de Susie, Joyce (de doce años) que “¡se la quite de encima!”. La necesidad de atención de Susie no está satisfecha por su madre; Joyce tampoco tiene cubierta su necesidad de atención ni la de autonomía por su madre.

Pero supongamos que la suegra viene de visita. Mamá siente la necesidad de alabanza y estima por parte de su suegra, quien valora una buena educación parental. Así, durante la visita, Mamá se muestra disponible y cariñosa con ambas hijas. Susie y Joyce logran que sus necesidades de atención estén cubiertas, y Joyce puede pasar un rato, liberada de su papel de niñera. La suegra alaba la habilidad como educadora de Mamá, así Mamá ve cubierta su necesidad de estima. Todo el mundo está feliz – temporalmente. Mamá cubre las necesidades de sus hijas, pero sólo se trata de una coincidencia por la que la madre ve sus necesidades cubiertas.

En el ejemplo anterior, los efectos son particularmente dañinos. Las niñas creen que son la causa de que Mamá se comporte más afectuosamente, lo cual las motiva a creer que tienen el control sobre sus acciones. Cuando Mamá recobra su comportamiento anterior, tal vez crean que también son la causa de ese rechazo. No pueden ganar: están tomando responsabilidad por cosas que no pueden controlar. La única lección que pueden aprender de este patrón es que aún no saben como hacer lo correcto. Algo realmente malo les está pasando; lo consiguieron por un tiempo breve, y luego lo echaron a perder. Las niñas continuarán tratando de alcanzar al blanco movedizo – en este caso, la “tecla” que cause que su madre las atienda.

Carencia de Derecho

La principal dificultad que implica el establecimiento de límites, los asuntos de intimidad y virtualmente cualquier problema de sobreviviente, tiene que ver con el derecho emocional. Para poder establecer límites con otra persona (ya sea diciendo no al sexo, rechazando llevar al adolescente a la tienda tarde en la noche para comprar un cuaderno porque se le “olvidó” pedirlo antes, o reclamando igualdad de paga en el trabajo), uno tiene que saber que tiene el derecho a sentir como lo hace: uno tiene derecho a establecer límites, sentir el sentimiento o realizar la solicitud.

En las familias narcisistas, ya sean abiertas o encubiertas, los niños no tiene el derecho a poseer, expresar, o experimentar sentimientos que sean inaceptables para los padres. Los niños aprenden a hacer toda clase de cosas con sus sentimientos para que no les causen problemas con sus padres: los guardan, los subliman, los niegan, mienten sobre ellos, los simulan, y en última instancia olvidan cómo experimentarlos. Lo que ha sido extinguido durante la infancia – el derecho a sentir – es difícil de revivir en la vida adulta. Pero hasta que de adultos entiendan que tienen el derecho a sentir lo que sea que sientan, y que siempre tuvieron ese derecho, nunca serán capaces de dar un paso hacia adelante a la hora de establecer límites. Y sin límites apropiados, todas las relaciones resultan distorsionadas y nefastas.

Lectura de Mente

Caroline, una joven que tratamos, fue una de estas personas bastante íntegras que mencionamos previamente en este capítulo; el producto de una familia narcisista, quien a pesar de ello logró que sus necesidades emocionales fuesen cubiertas por sus padres. A pesar de que las dos hermanas mayores de Caroline eran alcohólicas y disfuncionales, Caroline estaba felizmente casada, madre de dos niños en edad preescolar y cursando su estudios a media jornada para obtener el título de profesorado.

Caroline acudía intermitentemente a terapia para tratar temas específicos; en otras palabras, a veces surgían circunstancias para las que la educación de Caroline no la había preparado, y asistía a dos o tres sesiones para “recomponer su cabeza”, como ella lo llamaba. Una de esas sesiones tenía que ver con la lectura de la mente.

La historia de Caroline. Caroline había sido criada en una familia narcisista donde una de las reglas inarticuladas era que el padre debía ser capaz de intuir los deseos de la madre sin que ella tuviese que mencionarlos. Si su padre acertaba, todo era miel sobre hojuelas. Sin embargo si el padre se equivocaba (lo cual sucedía la mayoría de las veces), ¡aquello se convertía en un infierno! Caroline recuerda a su padre preguntándole a su madre qué quería para Navidad, y su madre respondiendo dulcemente, “¿Por qué?, no seas tonto. ¡La Navidad es para los niños! No me regales nada”. Así que el padre no le regalaba nada, o sólo un detallito, y la madre actuaría herida y enojada durante días. El mismo patrón ocurría en los cumpleaños y aniversarios. Su madre también se enojaría si se arreglaba y el padre no elogiaba su apariencia.

Caroline recuerda haber preguntado a su madre por qué no le decía sencillamente a Papá que le dijera que se veía hermosa – que era importante para ella que él se lo dijera y notara su apariencia. Caroline nunca olvidó la respuesta de su madre: “Si tienes que pedirlo, pierde su valor”.

Caroline interiorizó ese mensaje muy pronto en su vida, y se volvió una parte integral de su visión del mundo. Si le tenía que decir a alguien lo que quería, entonces el regalo (unas palabras, regalos o presencia) dejaba de tener valor. Si alguien no podía leerle la mente acertadamente, entonces no había por qué expresar sus deseos y necesidades. A la borda con los méritos de la comunicación asertiva.
Esperar del esposo o de los hijos que sean capaces de leer la mente y satisfacer cada necesidad no expresada es una de las “reglas” más dañinas de familias narcisistas. Virtualmente está asegurando que nadie logrará cubrir sus necesidades: Yo no obtendré lo que quiero, y tú serás un fracasado por no dármelo. Es un escenario en el que todo el mundo tiene que perder. En las familias donde la lectura de mente es un requisito para las relaciones interpersonales, la palabra debería se usa mucho: “él debería haber sabido que necesitaba que estuviese en casa; él debería de haber notado que yo nunca visto de azul”.

Otra de las cosas irritantes acerca de la necesidad de leer la mente es que frecuentemente ocurre a pesar de expresar protestas reales que indiquen lo contrario. ¿Recuerdan a la madre de Caroline insistiendo que no quería regalos, cuando en realidad si los deseaba? Los mensajes son en extremo complejos: no sólo debes leer mi mente para descifrar el mensaje real, sino que al hacerlo, no hagas siempre caso de las preferencias que haya podido expresar. Depende de ti adivinar si debes leer mi mente o hacer caso de mis preferencias explícitamente verbalizadas.

La madre de Caroline usó esta técnica de comunicación ineficaz (descrita después por Caroline como “las delicias del martirio”) en un sinnúmero de circunstancias provocando algunas veces graves resultados. Al enterarse la madre que tenía que someterse a una histerectomía de urgencia, Caroline recuerda la petición enérgica de su madre a su padre que no cancelara sus planes para participar en un torneo de golf al que había invitado a un compañero que vivía en las afueras de la ciudad.

Caroline tiene recuerdos vívidos de los comentarios de su padre que no quería estar jugando al golf mientras operaban a su esposa, así como de la continua insistencia de su madre de que la vida de los demás no tenía que ser alterada sólo porque estaba en el hospital. Su padre finalmente accedió a sus expresos deseos. Caroline (que en ese momento tenía dieciséis años) observó un deterioro notorio en la relación de sus padres a partir de este punto. Sostiene que su madre nunca perdonó a su padre por no haber cancelado el torneo, y que la atmósfera en casa se volvió “tensa y triste” a partir de entonces.

Conclusión de las Características de una familia narcisista

Mientras los casos presentados en este capítulo varían desde los relativamente benignos hasta los abiertamente abusivos, el hilo que los conecta se refiere a la responsabilidad distorsionada. Sin embargo, en algún punto del historial de las familias, la responsabilidad de cubrir las necesidades emocionales pasa de los padres – a quienes corresponde – a los hijos.

Entonces los hijos se vuelven como esos árboles que algunas veces vemos en el bosque: el tronco crece firme y derecho hasta una cierta altura, y luego por alguna razón (por ejemplo falta de sol, el entrelazamiento con otro árbol, o daños ocasionados por una tormenta) abruptamente comienza a crecer de lado. Al igual que aquellos árboles, de repente se interrumpe el crecimiento emocional sano de los hijos de narcisistas. Los sentimientos se van apagando y comienzan a crecer en una dirección distinta, poco saludable.

Stephanie Donaldson-Pressman, Robert M. Pressman Narciso y Eco. El Sistema Narcisista Original El Modelo de la Familia Narcisista - Capítulo II La Familia Narcisista - Diagnóstico y Tratamiento Editorial: Jossey-Bass
Fuentes: Ref: arxiv.org/abs/0909.4043: The Evolution of Overconfidence
Ratser.com, "El exceso de confianza narcisistas 'puede ocultar Baja Autoestima"
Psicopatia-narcisismo.blogspot.com, "Características de la Familia Narcicista"