Significado emocional de fumar cigarrillos
En este interesante artículo de Alejandro Casillas, psicólogo y terapeuta en adicciones, podemos descubrir algunas de nuestras razones ocultas, el significado emocional de nuestro hábito de fumar.El tabaco es, en nuestros días, una de las sustancias tóxicas a las que más expectativas inconscientes se le depositan debido posiblemente, a los intereses económicos de las industrias tabacaleras y a la permisividad social para su uso.
El éxito de su consumo se fundamenta en que cumple la función de placebo (o engaño) emocional que ayuda a sobrellevar la vida. El ser humano, como parte integrante de la naturaleza, está sujeto a las mismas fuerzas que gobiernan a ésta: la vida y la muerte.
Ambas fuerzas nos constituyen como individuos y el manejo de las mismas tiene una consecuencia indudable sobre nuestra personalidad.
Fumar, todos lo sabemos, es un acto autodestructivo, ya que sus consecuencias físicas están comprobadas; sin embargo existe un gran número de fumadores a pesar de la información sobre el daño que esta acción provoca.
Es común observar que durante el velorio de alguien que murió por cáncer pulmonar a consecuencia de su tabaquismo, los asistentes e incluso los deudos más cercanos al difunto fuman, ignorando las consecuencias más evidentes de su adicción en ese momento.
La acción de fumar es, en esa circunstancia, un proceso de identificación con el difunto y además un consuelo que va más allá del instinto de muerte. El hombre lucha desde el primer momento de su existencia contra la muerte, su vida está matizada por la forma en la que rehuye de ésta o lucha contra ese acto inevitable con el que terminan sus días. Sin embargo, en su lucha no siempre está aliado con actividades de vida, a veces elige actividades autodestructivas como su manera de vivir o, más bien, de sobrevivir a la muerte.
Cualquier adicción es un intento de sobrevivir a determinadas circunstancias y el tabaquismo es una de tantas adicciones. Desde el terreno psicoanalítico observamos que el fumador presenta fijaciones en la etapa oral de su vida. Esta etapa se inicia con el nacimiento y prevalece aproximadamente dos años, durante los cuales el niño introduce cosas a su boca y de esa manera las conoce.
Además de cosas u objetos, el bebé es alimentado a través de su cavidad oral de tal manera que su energía vital está depositada en dicho órgano para alimentarse, crecer y conocer el mundo. La actividad de mamar o succionar, además de ser un reflejo innato, integra también a las emociones. Cuando el bebé toma su leche, también está ingiriendo y succionando el afecto con el que es alimentado.
Desde este contexto, fumar es una actividad oral que además de cumplir con los requerimientos físicos de nicotina en el organismo, cumple funciones emocionales para el fumador al que podría compararse con un bebé adherido con su boca al chupón o al pezón, satisfaciendo necesidades emocionales de antaño.
Así como el niño que hace berrinches y se tranquiliza sólo con el chupón en la boca, el cigarro cumple con la misma función en el adulto. El cigarro además emite humo caliente que a su paso por el esófago evoca sensaciones pasadas, como las del paso por dicho conducto de la leche tibia con que se fue alimentando al inicio de la vida.
El fumador es entonces un paralítico emocional que requiere del cigarro como una muleta para compensar sus deficiencias y carencias psíquicas. El placer que obtiene al fumar es la sustitución de un placer afectivo anhelado. El cigarro se constituye en un regulador de la homeostasis (equilibrio) emocional del fumador.
Aunque al inicio la actividad de fumar marea, el hombre hace un gran esfuerzo por superar este malestar pues su propósito inconsciente al fumar trasciende a las consecuencias físicas. Es probable que el que se inicia en el tabaquismo requiera identificarse con una figura admirada a través del fumar. En este rubro la publicidad tiene un papel fundamental.
También es posible que su motivación inconsciente para fumar esté fundamentada en la aceptación de su grupo de compañeros de escuela, amigos, etcétera. A medida que pasa el tiempo y que el organismo va adquiriendo tolerancia a la nicotina, el iniciado va aumentando su necesidad de fumar y la asocia, paulatinamente, con otras actividades que también le provocan placer. Las tres principales actividades con las que se asocia el cigarro son: disfrutar un cigarro después de comer, al ir al baño o después del acto sexual.
La succión del humo funciona en muchas ocasiones como una fuerza que impide la expresión libre de la agresión. Es común observar que cuando alguna persona está peleando o posterior a la bronca, encienda un cigarro para tranquilizarse o no hablar de más.
El cigarro es el mejor compañero del enojo, también lo es de la tristeza y de la alegría; cumple, pues, la función de acompañar al fumador, quien además goza del privilegio de poseer entre sus dedos una brasa de lumbre, es el tenedor de una importantísima necesidad ancestral de supervivencia: el fuego. Ésta es una ganancia inconsciente que se vincula, paradójica mente, con la histórica lucha del hombre por su supervivencia.
Sin embargo fumar es en sí misma una actividad de muerte, y es una actividad de muerte porque detiene, al introducir el humo al cuerpo, el proceso emocional del individuo y por sus ya múltiples veces publicadas, consecuencias negativas para el organismo.
Pero el hombre cada vez más creído en su dominio de la naturaleza, ha tomado al tabaco como un instrumento para desafiar a su propia muerte, negando la existencia de su cuerpo como poseedor de sus pensamientos y emociones, y esta negación de muerte lleva al fumador a enfrentarse con mayor rapidez al acto inevitable de morir.